jueves, 23 de julio de 2009

Algunos consejos para intentar ser buen maestro


Lo que aquí se expone refleja algo de lo que se aprende a lo largo de una vida de ser docente. Se dice con el deseo sincero de comunicar aquello en lo que creemos y tratamos de practicar, esperando que sea útil a mis compañeros profesores. Quedan otras ideas, quizá no menos importantes, para próxima ocasión. No expliques la lección nueva. Es práctica común entre los profesores, que nos pongamos a explicar la lección o clase nueva, pues pensamos que es nuestro deber y que nuestra sabia y docta exposición es irremplazable. Pocos son los docentes que dan la oportunidad a sus alumnos para que por sus propios medios, con la guía del profesor, por supuesto, aborden el tema de estudio y construyan su propio conocimiento. Si bien es cierto que todos los maestros reconocemos que nadie puede aprender por otra persona, también es cierto que se nos olvida que, por contraparte, cada quien debe hacer lo suyo para lograr aprendizajes. Para la próxima clase nueva, en vez de pensar cómo vas a exponer el tema, mejor piensa en cómo vas a invitar a los alumnos para que empiecen a conocerlo por su propios medios. No repitas la explicación al alumno que no entendió. Si nos atenemos al diccionario, repetir es "volver a hacer lo hecho" y si esto es así, de nada nos va a servir. Es decir, si repetimos la misma explicación, de la misma manera, lo más seguro es que no nos entiendan, no porque nuestros alumnos sean de pocas entendederas, quizá nosotros somos de "pocas explicaderas". En fin, lo mejor es buscar otros caminos, otras formas de ayudar al estudiante a que comprendan o aprendan lo que deseamos. Si sólo se tratara de repetir la explicación o la lección a los que no entienden, no tendríamos un solo alumno atrasado. La verdad es que sólo demostramos que somos buenos profesores cuando auxiliamos con éxito a aquellos que tienen problemas para aprender. Con los otros, los que aprenden fácilmente, cualquiera es maestro y muchos de ellos aprenden sin o a pesar del profesor. Por lo mismo, hay que tener mucha capacidad, mucha inventiva, mucha atención a las necesidades reales de los estudiantes, de modo que nuestro apoyo se realmente efectivo. Si te sale bien una lección no la vuelvas a dar igual. Todos los profesores nos sentimos muy bien cuando una clase nos sale bien y los alumnos aprendan mucho. Lo malo es que tendemos a repetir el procedimiento sin importar que se trate de otro grupo en condiciones diferentes. Cuando repetimos los procedimientos de enseñanza, sin cambiar nada de acuerdo a las nuevas circunstancias, esperanzados en que volveremos a tener éxito, entramos en un proceso en el que nos encasillamos y hacemos de la docencia un espacio fijo, inmutable, que parece protegernos del error, pero que nos aprisiona y no nos permite mejorar. En todo procedimiento de trabajo, bien sea exitoso o que nos condujo al fracaso, hay necesidad de aplicar la reflexión, el análisis sobre lo hecho. En esta acción hay que incorporar la duda: ¿es lo mejor que puedo hacer?, ¿por qué digo que aprenden mis alumnos?, ¿sólo porque repiten lo que yo dije o lo que dice el libro?, ¿de verdad es lo que necesitan aprender? Estas y otras preguntas pueden ayudar a la reflexión sobre la práctica y a evitar que seamos repetidores irreflexivos de técnicas o procedimientos. No hagas caso del alumno latoso. Esto, en el momento en que el estudiante esta "dando lata" y causando problemas. Generalmente nuestros alumnos se comportan así para llamar la atención. Si nosotros detenemos la actividad, aunque sea para llamarles la atención, ellos lograron lo que querían: llamar la atención. Es preferible atender al niño o joven cuando está en una actividad productiva y no hacer lo cuando comete desorden. De esa manera él se dará cuenta que sólo recibirá nuestras atención cuando se comporte de cierta manera. A eso, los psicólogos le llaman "moldamiento de la conducta" y consiste en premiar, en nuestro caso con atención, solamente cuando existe el comportamiento deseado. Muchas madres de familia utilizan adecuadamente este procedimiento psicológico, cuando sus niños hacen un berrinche y ellas, en lugar de voltear a verlos se vuelven y los ignoran olímpicamente. Los niños terminan por reconocer que esa conducta no da resultado y tienen que ensayar otra cosa. Lo mejor es atender verdaderamente a todos los estudiantes de manera personal. Esto se logra cuando hay actividad de estudio o trabajo que desarrollan los mismos y el profesor tiene tiempo para acercarse a ellos. Con esto satisface no sólo las necesidades de atención, sino también las de aprendizaje. Al terminar el tema no les preguntes a tus alumnos. Casi siempre utilizamos las preguntas orales o por escrito para verificar si nuestro alumno aprendieron el tema. Generalmente les preguntamos sobre las mismas cosas que vimos y esperamos que nos respondan tal cual lo estudiamos. Esto obedece a la preocupación y al deseo de que nuestros alumnos realmente aprendan y no olviden aquello que consideramos importante dentro del tema. Una manera interesante de cambiar es esperar o incitar que el alumno haga sus propias preguntas o explicaciones. De esa manera obtenemos una visión más cercana de los aprendizajes lo grados, pero también de las dudas y necesidades que quedaron sin resolver. No enseñes a dar respuestas correctas. No como única forma de trabajo como la más importante. Es mejor que enseñemos a hacer preguntas. La ciencia no ha avanzado por las respuestas que da –que muchas veces no son correctas– sino por las preguntas que orientan las próximas búsquedas. Es preferible que nuestros alumnos sepan hacer preguntas a que sólo aprendan las respuestas correctas. Ellos y nosotros tendremos más posibilidades de avanzar en los conocimientos y en nuestra vida en general. No hagas exámenes escritos. No como única forma de evaluar a tus estudiantes. De preferencia elimínalos durante algún tiempo mientras ensayas otras formas de evaluación. El examen escrito –siempre y cuando técnicamente elaborado– es bueno, pero solamente como complemento de otras formas de evaluación. Lo que más frecuentemente sucede es que preguntemos lo que queremos que aprendan o lo que consideramos importante para nuestros alumnos. Ensaya a preguntarle a tus alumnos, al final de la clase o de un tema o unidad: ¿qué aprendimos y espera a que ellos hagan una reflexión acerca de lo que consideran como aprendizajes logrados. Te asombrarás de los resultados. Frecuentemente, al utilizar esta pregunta, nos encontramos con que nuestros alumnos aprendieron cosas a las que no habíamos prestado atención o no esperábamos y, también con mucha frecuencia, sucede que aquellos más importante para nosotros no aparecen como aprendizaje logrados. Si desea adentrarse en estas formas, primero pregúnteles ¿qué hicimos?, para que recuerden y reconozcan su proceso de aprendizaje, luego la pregunta del párrafo anterior y, finalmente pregúnteles ¿cómo se sintieron?, y así podrás evaluar algo de lo afectivo, que siempre reconocemos como una esfera del individuo pero que casi nunca evaluamos.


Luciano González Velasco** Profesor e investigador en la Escuela Normal Superior de Jalisco.

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